Ferias populares en plazas

Ferias populares en plazas

Economía de subsistencia, resistencia y esperanza

Lo que comenzó como un intercambio de segunda mano en una plaza, hoy es un fenómeno sociológico. Las ferias populares reúnen a cientos de familias que venden ropa, alimentos, tecnología y artículos nuevos. Pero detrás de la colorida diversidad de los puestos, se esconde una realidad: no siempre hay compradores, y para muchas personas, volver a casa sin haber vendido nada significa no comer. ¿Qué nos dice este fenómeno sobre el presente del país y su modelo de exclusión?

Por: Infomedio
16 de mayo de 2025


En la plaza de Chascomús, de Mar de Ajó, y en otras que se están gestando en este fenómeno social, incluso en ciudades como La Plata, Moreno y otras localidades del país, ferias autogestionadas reúnen a trabajadores informales, familias y personas desempleadas que buscan generar ingresos mediante la venta de productos nuevos y usados. Este fenómeno, que se profundizó tras la pandemia y explotó desde 2023, refleja las consecuencias del ajuste, la falta de empleo formal y la urgencia de subsistencia.

Cada sábado y domingo, el verde se cubre de lonas, toldos y banderas improvisadas. Lo que empezó como una feria de ropa usada y alimentos caseros, hoy es un espacio de oferta masiva: productos nuevos, tecnología, artículos de bazar, cosmética, herramientas y juguetes. La feria ya no es solo un rincón de oportunidad; es, para muchos, la única forma de subsistencia.

Desde una mirada sociológica, este tipo de economía popular revela cómo la informalidad se transforma en norma frente a un sistema que ya no garantiza empleo formal ni asistencia sostenible. Las plazas se reconvierten en centros comerciales al aire libre, sin tarjetas ni sistemas bancarios, pero con redes sociales y familiares que se multiplican para poder sostenerse.

Cada puesto cuenta una historia. Historias de despidos, changas que ya no alcanzan, pensiones congeladas, jubilaciones mínimas. De mujeres que salen a vender porque su pareja quedó sin trabajo. De jóvenes que nunca lograron insertarse en el mercado laboral formal. De jubilados que buscan un ingreso extra.


Desde la antropología, las ferias no son solo espacios económicos, sino escenarios simbólicos donde los objetos adquieren otro valor: lo que se considera descartable en otros contextos, aquí se vuelve útil, deseado, accesible. Las ferias resignifican el consumo desde la necesidad. Hay ropa con etiqueta, electrodomésticos sellados, celulares en perfecto estado. Todo, vendido a precios que no se encuentran en ningún comercio.

Pero hay una contradicción latente: la oferta crece, pero la demanda no siempre acompaña. "A veces nos volvemos con todo lo que trajimos. Ni para el colectivo juntás", dice Jorge, que vende herramientas y repuestos de ferretería. "Y es durísimo, porque eso significa no tener para comer". Esta es una realidad que se repite entre los feriantes: la precariedad no sólo está en lo que se vende, sino en la incertidumbre absoluta de si se venderá.

La organización de la feria también es parte del fenómeno. Muchas veces surge de manera espontánea, otras, impulsada por redes vecinales o movimientos sociales. En algunos casos cuenta con aval municipal, pero en la mayoría se instala al margen de la regulación. Lo cierto es que, fin de semana tras fin de semana, el espacio público se convierte en el punto neurálgico de una economía paralela, creativa, pero sobre todo, desesperada.

Los fines de mes son los más difíciles. La gente no tiene dinero, el consumo se detiene y las ventas caen. Los segundos y terceros fines de semana, en cambio, ofrecen un pequeño respiro. "Ese finde es cuando algo se vende, aunque sea poco", cuenta Analía, madre de tres. Vende ropa de niños y juguetes usados. "Pero hay días que solo te llevás cansancio y la bronca de no haber hecho ni para la leche".


¿El nuevo shopping popular?

Más allá de las carencias, sorprende la variedad de productos que hoy ofrecen estas ferias. "Podés armarte un look completo por menos de 20 mil pesos", dice una clienta. En los puestos se encuentra desde calzado nuevo hasta tecnología de segunda mano. Ropa de marca, jeans sin uso, zapatillas originales a mitad de precio. La ropa usada -en muy buen estado- circula como moneda social. Lo descartado en otros sectores se convierte en posibilidad para miles de familias.

Este fenómeno se repite en localidades como Mar de Ajó, San Bernardo, Dolores, Moreno, Berazategui, Tandil y muchas más. No es casualidad. La inflación acumulada, la caída del salario real y la pérdida de programas sociales han empujado a miles de personas al borde del sistema. Ante la falta de empleo formal, la economía popular es refugio, parche y trinchera.

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