Lo que se vive internamente
Por: Natalia Luciana Contreras
9 de junio de 2025
El invierno invita a recuperar rituales personales: no hacer filas en los comercios, disfrutar un domingo, volver a las rutinas de actividades invernales o escolares, unirte a la posibilidad de leer un libro sin culpa, poner la pava temprano, dormir la siesta, caminar por una playa más solitaria. Para muchos costeros, este momento del año es un pequeño regalo. El pueblo vuelve a ser pueblo. El mar vuelve a ser íntimo.
Pero hay otro invierno.
Uno más difícil de nombrar....
ese que llega al alma
A veces, el mismo silencio que unos desean, a otros los encierra. El mismo abrigo que conforta, también puede aislar.
En muchas casas, el frío no solo está afuera: se camufla en el ánimo, se instala en los gestos, en el desgano, en la falta de accionar.
Hay una palabra para describir esto: ambivalencia emocional. Es cuando un mismo hecho -como el invierno- genera sensaciones encontradas.
Para algunos, descanso. Para otros, retraimiento. Y para muchos, ambas cosas al mismo tiempo.
Distintas culturas interpretan las estaciones no solo como fenómenos climáticos, sino como etapas del alma. En la cosmovisión andina, por ejemplo, el tiempo frío es tiempo de recoger, ordenar, curar lo interior, mientras el tiempo cálido es tiempo de expandirse. El problema aparece cuando el afuera no coincide con lo que uno siente por dentro.
El abrigo emocional, aunque no se pueda ver.
Las rutinas de invierno tienen efecto en el cerebro. Levantarse más tarde, tomar más bebidas calientes, conversar más con los de casa, cocinar lento... todo eso favorece la segregación de oxitocina, la hormona del vínculo.
Pero también hay una trampa: cuando esas rutinas se interrumpen o se viven en soledad no deseada, el cuerpo lo resiente. La falta de contacto humano, de luz solar, de movimiento físico, puede alterar la regulación emocional. No es tristeza: es falta de sincronía.
A veces se explica como un desfase entre el ritmo social y el ritmo biológico. Es el invierno adentro. Y no se cura con calefacción.
Rutinas que sostienen: el tejido invisible
Hay quienes ya lo saben, aunque no lo hayan leído en un libro. muchas personas cocinan con mas dedicaciòn, amasan con mas tiempo para el mate, los adolescentes se juntan mas a compartir tiempo o los solitarios miran pelis o series tapados con frazadas hasta la nariz, el panadero regala o dona facturas a quien no puede pagarla. Son gestos que sostienen lo que el frío amenaza.
Una comunidad no se mide solo en temporada. Se mide ahora. En cómo se acompaña a quienes no tienen con quién compartir el mate. En cómo se honra el tiempo lento sin olvidar a los que se están quedando quietos de más.
Porque después del invierno, vuelve el mar
Y no hablamos solo del clima.
Hablamos de ese momento donde volvemos a animarnos a salir. Donde una caminata nos recuerda que seguimos acá. Donde una conversación nos calienta más que el sol.
El invierno también vive adentro. Pero no vino a quedarse. Tal vez -como todo lo profundo-, vino a enseñarnos algo. Que descansar también es resistir. Que parar también es avanzar. Y que cada estación del alma, si es compartida, duele menos.
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